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Economía

Deuda insostenible: Países pobres al borde del abismo

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La asfixiante deuda de los países más pobres se convierte en una trampa letal, reduciendo inversiones vitales y amenazando el futuro económico y social de millones.

New York.- El reloj de la deuda sigue marcando una cuenta regresiva implacable para las economías más frágiles del planeta, es decir los países más pobres.

El último informe anual del Banco Mundial, revelador y desalentador a partes iguales, enciende las alarmas sobre la creciente insostenibilidad de las deudas de los países más pobres.

En el complicado tejido financiero de estos territorios, los altos intereses se convierten en la soga que estrangula las posibilidades de crecimiento.

La abrumadora suma de 443,500 millones de dólares destinados al pago de deudas externas durante 2022 ha sido un freno para la inversión en áreas críticas como la salud y la educación.

El sacrificio es palpable: la calidad de vida de sus habitantes pende de un hilo cada vez más tenso.

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Los números, fríos y a la vez desgarradores, delinean una realidad más aguda en naciones como Pakistán, Tanzania o Etiopía, donde la carga financiera supera la capacidad de desarrollo.

Más de 23,000 millones de dólares se esfuman anualmente en intereses, perpetuando un ciclo de estancamiento económico que amenaza con un futuro desolador.

El economista jefe del Banco Mundial, Indermit Gill, pinta un panorama aún más desolador al hablar del África subsahariana.

Allí, el término «década perdida» resurge con fuerza, recordando la dolorosa historia latinoamericana de los ochenta. La renta per cápita estancada y unos ingresos que no muestran signos de crecimiento en una década delinean un futuro incierto y angustiante.

La falta de un mecanismo ágil para reestructurar esta abrumadora deuda externa es el nudo gordiano que estos países enfrentan.

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La urgencia de un cambio en las condiciones de pago se torna crucial para evitar el inminente naufragio económico.

Sin embargo, el ‘marco común’ del G20, ideado para abordar estos problemas, no ha brindado ni un ápice de alivio, sumiendo a estas naciones en un callejón sin salida.

El escenario es alarmante, y los ecos del colapso económico en estos países podrían resonar en la economía global si se produce una cascada de bancarrotas simultáneas.

La comunidad financiera internacional, incluyendo el Fondo Monetario Internacional, ha elevado su voz de alerta ante este posible escenario catastrófico.

En esta encrucijada, los bancos multilaterales se han convertido en la tabla de salvación, asegurando recursos vitales para la educación, la salud y la supervivencia de servicios básicos.

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No obstante, el crecimiento económico exige una inversión mucho más amplia, una que estos países, ahogados por la deuda, no pueden afrontar.

El economista Gill sugiere una hoja de ruta que, aunque idealista a primera vista, podría ser el camino para evitar el colapso.

Una política fiscal conservadora que mantenga la relación entre la deuda y el Producto Interior Bruto (PIB) por debajo del 50% es la meta propuesta. Este espacio fiscal argumenta, es esencial para enfrentar los desafíos venideros y romper el ciclo de insostenibilidad.

La viabilidad económica de estas naciones no solo depende de medidas internas, sino también de la confianza de la inversión privada.

Ninguna empresa se aventurará en territorios al borde del colapso financiero.

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Un punto álgido y menos explorado es la adaptación al cambio climático.

Gill aboga porque estos países centren sus esfuerzos en esta área, argumentando su menor contribución al calentamiento global, pero su mayor vulnerabilidad ante sus efectos devastadores.

Es un llamado a la inversión, una inversión que, en medio de la asfixia económica, parece una quimera.

En el horizonte, la incertidumbre reina y la esperanza se diluye en la vorágine de intereses impagables.

Los países más pobres se enfrentan a una encrucijada desgarradora, donde la supervivencia económica y la dignidad humana penden de un hilo cada vez más fino.

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