Tegucigalpa.- La migración hondureña continúa siendo un reflejo del colapso social y económico del país. Según datos del Instituto Nacional de Migración (INM), entre enero y septiembre de 2025, al menos 30.638 hondureños fueron retornados desde el extranjero, un incremento del 21 % respecto al mismo período del año anterior. La mayoría, un 76,3 %, provenía de Estados Unidos, donde las políticas migratorias del gobierno de Donald Trump se han endurecido aún más.
México y Guatemala también figuran entre los principales países de deportación, con 3.894 y 3.318 hondureños retornados, respectivamente. En menor medida, se registraron repatriaciones desde naciones tan distantes como Gabón, Guadalupe, Micronesia y Ucrania, evidenciando que la búsqueda desesperada de oportunidades no conoce fronteras.
El informe detalla que 23.432 deportaciones fueron ejecutadas por decisión de autoridades migratorias, mientras que 6.421 correspondieron a programas de retorno asistido y 785 a retornos voluntarios. De los repatriados, 26.476 eran adultos, en su mayoría hombres jóvenes, y 4.162 menores de edad, muchos de ellos parte de familias enteras que se aventuraron en la ruta migratoria con la esperanza de un futuro mejor.
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Las cifras revelan que la migración hondureña sigue siendo, ante todo, una consecuencia de la falta de oportunidades en el país. Los retornados, en su mayoría entre los 21 y 30 años, representan una generación frustrada por el desempleo, los bajos salarios y la violencia que persisten en el territorio nacional, pese a los discursos oficiales de progreso y desarrollo.
El panorama se vuelve más complejo si se considera que, en 2024, Honduras cerró el año con 34.384 deportaciones, lo que sugiere que el 2025 podría superar fácilmente esa cifra. Aunque las autoridades insisten en fortalecer programas de reinserción y apoyo a migrantes retornados, estos esfuerzos son mínimos frente a la magnitud del problema y la ausencia de políticas sostenibles que ataquen las causas estructurales de la migración.
Paradójicamente, los migrantes expulsados son los mismos que sostienen la economía hondureña desde el extranjero. Las remesas familiares enviadas en 2024 alcanzaron casi 10.000 millones de dólares, representando cerca del 25 % del Producto Interno Bruto. Mientras el país expulsa a su población más joven y trabajadora, depende económicamente de su sacrificio más allá de las fronteras.
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