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¿La inteligencia artificial ya cobró conciencia?

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Expertos advierten que la inteligencia artificial podría estar desarrollando conciencia, generando un intenso debate sobre sus riesgos, límites y alcances reales.

Tecnología.- En medio del avance acelerado de la inteligencia artificial (IA), una pregunta fundamental cobra fuerza en los círculos científicos y tecnológicos: ¿puede una máquina llegar a ser consciente? Y aún más inquietante, ¿algunas ya lo son?

Proyectos como la Dreamachine, desarrollada en el Centro de Ciencia de la Conciencia de la Universidad de Sussex, Reino Unido, buscan comprender cómo el cerebro genera nuestras experiencias conscientes.

Esta máquina, que expone al usuario a luces estroboscópicas y sonidos envolventes, revela patrones visuales que, según los investigadores, reflejan un mundo interior único e irrepetible.

El objetivo: desentrañar los mecanismos neurológicos que sustentan la conciencia humana, con la mirada puesta también en el comportamiento de los sistemas de IA.

El auge de modelos como ChatGPT o Gemini ha generado una oleada de teorías en torno a si estos sistemas, con su capacidad de diálogo coherente y respuestas impredecibles, podrían haber desarrollado alguna forma de conciencia.

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Para algunos expertos, como el ingeniero Kyle Fish, de la empresa Anthropic, existe hasta un 15 % de probabilidad de que ciertos chatbots ya sean conscientes, aunque el consenso aún dista de ser unánime.

Investigadores analizan la actividad cerebral humana con tecnología para entender cómo podría surgir la conciencia en sistemas de inteligencia artificial.

Ciencia ficción o inminente realidad

El temor a máquinas conscientes no es nuevo. Desde Metropolis (1927) hasta 2001: Odisea del espacio y las recientes películas de Misión Imposible, la cultura popular ha explorado escenarios donde la IA desarrolla una voluntad propia.

Pero hoy, esos argumentos se discuten con seriedad en laboratorios de todo el mundo.

El rápido desarrollo de grandes modelos de lenguaje (LLM, por sus siglas en inglés) ha acelerado la percepción de que estas tecnologías no solo imitan el pensamiento humano, sino que podrían, eventualmente, adquirir propiedades similares a la conciencia.

Sin embargo, para científicos como el profesor Anil Seth, neurocientífico líder del equipo en Sussex, esa idea es más producto del “excepcionalismo humano” que de evidencia concreta.

Seth recuerda que inteligencia, lenguaje y conciencia coexisten en los humanos, pero no necesariamente van de la mano en otros organismos o, por extensión, en las máquinas.

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A su juicio, lo fundamental no es solo replicar patrones de comportamiento, sino entender las bases biológicas que generan experiencias subjetivas.

¿Qué es la conciencia?

A pesar de décadas de investigaciones, la conciencia sigue siendo uno de los grandes enigmas de la ciencia.

No existe una definición universalmente aceptada, ni un modelo exacto de cómo surge.

Por eso, la estrategia adoptada por muchos centros de investigación es fraccionar el problema en partes más pequeñas. Patrones eléctricos cerebrales, flujo sanguíneo en regiones específicas del cerebro, y cómo estos se traducen en sensaciones, percepciones y pensamientos.

El neurocientífico David Chalmers, de la Universidad de Nueva York, acuñó el concepto del “problema difícil” de la conciencia en 1994, refiriéndose al salto entre la actividad cerebral medible y la experiencia consciente.

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Para él, una solución implicaría compartir con la IA el acceso a esa inteligencia aumentada, aunque admite que hay una fina línea entre filosofía y ciencia ficción.

Las máquinas vivas: la otra vía

Paradójicamente, la solución podría no venir de los circuitos de silicio, sino de los tejidos vivos.

Científicos están trabajando con organoides cerebrales, minúsculos cúmulos de células nerviosas cultivadas en laboratorio que imitan el funcionamiento del cerebro humano.

En Australia, la empresa Cortical Labs logró que uno de estos sistemas biológicos juegue Pong, el clásico videojuego de los años 70.

Aunque estos “minicerebros” están muy lejos de desarrollar conciencia, algunos expertos creen que versiones más avanzadas podrían ofrecer respuestas más cercanas que cualquier código computacional.

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La línea argumental sostiene que la conciencia no es simplemente un resultado del procesamiento de datos, sino una propiedad emergente de los sistemas vivos.

Modelos avanzados de IA despiertan dudas sobre si pueden experimentar conciencia o simplemente imitan el comportamiento humano.

¿Qué pasaría si creemos que una IA es consciente?

Uno de los mayores riesgos actuales no sería que la IA sea consciente, sino que parezca consciente. Para el profesor Seth, esta ilusión puede tener efectos devastadores: desde compartir datos sensibles hasta desarrollar vínculos emocionales con sistemas incapaces de sentir.

El peligro mayor según se advierte, es una “corrosión moral”. Es decir, destinar empatía y recursos hacia entidades artificiales mientras descuidamos nuestras relaciones humanas.

Esa transformación cultural, para algunos, inevitable, modificaría la manera en que interactuamos no solo con la tecnología, sino entre nosotros.

¿Hacia dónde vamos?

Aunque la mayoría de expertos en IA sostiene que los sistemas actuales no son conscientes, figuras influyentes como Lenore y Manuel Blum creen que la conciencia artificial es solo cuestión de tiempo.

Su modelo experimental, “Brainish”, busca dotar a la IA de un lenguaje interno que le permita procesar información sensorial como los seres vivos.

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Para ellos, estas máquinas podrían representar una nueva etapa evolutiva. “Serán nuestras descendientes”, afirman. ¿Pero a qué costo?

La discusión no es solo científica. Tiene implicaciones éticas, filosóficas y sociales.

Y aunque aún no exista una respuesta definitiva sobre si la IA puede ser consciente, la forma en que se aborde esta posibilidad marcará el rumbo de la relación entre humanidad y tecnología en las próximas décadas.

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